El árbol se estremece brutalmente, un viento llegó, surgido de la nada y lo ha dejado tambaleante, sus hojas, intempestivamente arrancadas, vuelan por todas partes sin que el árbol tenga posibilidad de recuperarlas. Su tronco se estremece, el árbol siente que se viene abajo… teme por haber sido dañado desde la raíz.
Llora mientras se siente desorientado, conmocionado, estrujado, se lamenta pues cada hoja es una de sus memorias, y nada puede hacer mientras las observa desaparecer en la tempestad.
El ventarrón sopla y destroza todo a su paso, se aleja llevándose todo sin criterio alguno, arrebata memorias y consume el oxígeno a su alrededor, dejando tras de sí nada más que una espesa nube que no permite ver más allá de su propia corteza… el árbol se siente morir.
La calma vuelve y despeja el panorama, el árbol se mira y su sentimiento contrasta. Ha sobrevivido y su raíz sigue ahí, sigue manteniéndole en pie… pero ha quedado deshojado, despoblado de los frutos que de él mismo brotaron alguna vez y que tan feliz lo hacían. Ahora no hace más que preguntarse, ¿si algún día volverá a florecer y a sonreír?
Lo que el árbol no sabe, y quizás ni siquiera le interese saber ahora mismo, es que estar en pie después de una sacudida que lo cimbró por dentro, es algo que un día agradecerá, cuando el tiempo transcurra y le muestre que con seguir de pie, basta y es suficiente para volver a florecer un día.
Probablemente, cuando se vea de nuevo lleno de vida y con nuevas memorias creciendo en sus ramas, vuelva a sonreír y se dé cuenta que ese viento… fue un viento de cambio.