Te miro fijamente a los ojos mientras muevo mi lengua despacio, suave.
Tus ojos me dedican miradas pícaras con las que observas mis ojos y mi lengua.
Pero mi lengua está inquieta, y el ritmo no puede ir más suave, así que comienzo a chupar.
Te relames juguetona y te muerdes los labios al ver cómo succiono y lamo con más intensidad.
La temperatura sube, ese líquido dulce comienza a derramarse, cayendo entre mis dedos mientras yo lucho por no perder una sola gota, te gusta verme lamer con desesperación por recoger todo y que nada caiga al suelo.
En un momento de descontrol, hundo mis labios en ese dulce néctar, chuparé hasta acabar.
Muevo mi lengua rápido, mis dedos se hunden y se mojan entre los movimientos, los lamo también.
Tu boca se entreabre, tu expresión lo dice todo, te contienes un momento, pero al final me lo dices:
“Tontooo, ¿quién te enseñó a comer helado así?”.
Y nos reímos, porque reírnos también es nuestro placer…