Después de tu orgasmo se cubre todo en mí, mi cuerpo, mi mente, mi boca, mi razón y el aroma de la habitación.
Después de un orgasmo se revela toda nuestra plenitud como amantes, amantes del cuerpo que yace agotado y sudoroso, transpirando sexo por cada poro, amamos el corazón rebosante que se convierte en sonrisa en cada mirada, y amamos la sonrisa que se transforma en gemido de una forma tan espontanea como nuestros fluidos se convierten en bebida para nuestras sedientas bocas.
Somos vicio, hablamos lujuria, nos besamos con deseo y nos lamemos con la libido expuesta, a flor de piel como los latidos que nos recorren cuando nos amamos, y nos gusta sentirnos así, nos gusta no dejar de tocarnos, nos gusta sabernos agotados y desear más, nos gusta no saber si nos palpita más el corazón o la entrepierna.
Y entre nuestro amor y nuestro deseo hay un debate en el que nos gusta enfrascarnos sin querer que ninguno gane, porque estamos bien así, sosteniendo una misma medida entre amor y deseo, poniendo a un lado de la balanza tus “te amo” y en el otro tus jadeos.
Me gustan tus ojos, me gusta tu boca, me gusta tu sexo y tu eterno deseo.
Me gustas cuando te digo te amo, y me gustas más después de un orgasmo.