15 de septiembre de 2015

La fuente del cementerio

Andrés se encontraba en el cementerio, caminaba hacia la tumba de Don Bernardo, su abuelo, quien falleció hacía apenas un par de meses. No solía visitar ese lugar, de hecho era la primera vez que volvía desde el día del sepelio. La razón era simple, y también era absurda; Andrés no llevaba una buena relación con su abuelo, no la tenía años antes de que la muerte llegara. Sin embargo, existía un hecho indiscutible para estar en el cementerio ahora; el abuelo de Andrés era el único familiar que tuvo en la mayor parte de su vida, y sentía que debía estar ahí.

Los padres de Andrés perdieron la vida en un terrible accidente de tráfico cuando él era apenas un adolecente, y quedó a cargo del abuelo. Las cosas no fueron sencillas, pero los dos últimos sobrevivientes de la familia se las arreglaron para salir adelante… hasta que vino el cambio. Eso sucedió en los años donde Andrés ya se había convertido en un adulto, Don Bernardo comenzó a comportarse extraño, alegaba que una voz le hablaba durante las noches, y esto le hizo sentirse amenazado hasta que se convirtió en un viejo paranoico – Así lo llamaba Andrés en la última etapa de su vida – y cada día más impredecible, más desconectado de este mundo.

Andrés no tuvo mucha paciencia, y lo internó en un asilo de ancianos antes de que los padecimientos del viejo cumplieran los tres meses. Sí, sólo unos meses duro la lucha de Andrés por su abuelo, y su motivo lo tenía claro, aunque nunca lo expresó ante nadie; Andrés sentía que sus padres lo habían abandonado al morir, y ahora, su único familiar con vida también lo abandonaba. Su razonamiento no contemplaba nada más, y bajo ese pensamiento de rabia, dejó al viejo en el asilo, y no lo visitó más hasta que murió, hasta que una fría madrugada una llamada se lo informó. Tampoco hizo muchas preguntas, sólo le dijeron que la causa de muerte fue un infarto mientras dormía.

Andrés y su egoísmo continuaron como si nada hubiera pasado, hasta que “algo” le hizo cambiar de opinión y decidió visitar la tumba de Don Bernardo, aunque para ser sincero con él mismo, aún no sabía cómo es que terminó caminando por las calles del cementerio.

Andrés caminó hasta llegar al punto donde recordaba que habían enterrado a su abuelo, pero nada había allí, era un claro sin una sola tumba alrededor, y lo más cercano era una fuente con la escultura central de tres ángeles que adornaba el cementerio. Andrés observó extrañado, no recordaba tampoco esa fuente, así que se acercó a inspeccionar más de cerca.

Cuando llegó a la orilla, se asomó hasta que su rostro se reflejó en el agua, pero de pronto, su rostro desapareció del reflejo para dar paso a la imagen de sus padres sosteniéndolo de bebé, e inmediatamente después la imagen cambió y apareció ante sus ojos la del accidente que les quitó la vida. Andrés los miró petrificado, pues eran los momentos siguientes a que el accidente se produjo, sus padres estaban heridos dentro del auto, pero aún con vida. Los vio sufrir dolor, los vio gritar con angustia, y sobre todo, observó cómo a sus padres se les escapaba la vida a manos de un ente deforme de ojos brillantes que se encontraba con ellos en el auto, y les apretaba el cuello a ambos con sus macabras y huesudas manos, estrangulándolos hasta matarlos.

Andrés se sobresaltó, su corazón no daba más, pero no podía despegar la vista de todas aquellas imágenes reflejadas en al agua de la fuente, ni siquiera podía parpadear. Con lágrimas en los ojos fue obligado a mirar cómo la imagen cambiaba, y se convertía en la de su abuelo, dándole un abrazo, como lo hizo cada vez que lo necesitó durante su juventud. La angustia de Andrés le estrujó el corazón cuando la imagen cambió de nuevo, y esta vez le mostró a su abuelo siendo atacado por el mismo ente que asesinó a sus padres en el auto, ahora estaba encima de la cama del indefenso viejo, inmovilizándolo con su cuerpo mientras le hablaba al oído y le presionaba el pecho con su deforme mano durante una noche en el asilo.

Andrés lloraba y gritaba, pedía con desesperación que todo fuera una pesadilla, rogaba por poder huir de ahí, pero no podía moverse, ni pudo cerrar los ojos cuando el ente se reflejó en el agua de la fuente, y se acercó hasta que sus brillantes y espeluznantes ojos cruzaron la superficie del agua, y su rostro emergió hasta quedar frente a frente con el aterrorizado Andrés.

El ente se acercó hasta que Andrés se perdió en el terror de aquellos ojos brillantes, y quedó en un estado catatónico donde sólo pudo escuchar la horrible voz del ente, que le habló al oído y le dijo: ¿Así que creíste que tus padres te abandonaron? ¿Así que no creías que tu abuelo escuchaba voces? Veamos qué piensas ahora… Acto seguido, el ente tomó por el cuello a Andrés y tirando de él lo sumergió en la fuente, hundiéndolo hasta que Andrés despertó aterrorizado en su cama.

Estaba bañado en sudor y en lágrimas, y temblaba como jamás tembló en su vida. Intentó incorporarse pero no lo consiguió, su cuerpo estaba exhausto por la pesadilla, y no tuvo fuerzas ni para moverse, pero no importó, sólo se tocó el rostro y sonrió nervioso antes de decir: “Menos mal que sólo fue un sueño”. Entonces volteó con horror su vista a su costado izquierdo al escuchar la escalofriante voz del ente que le dijo:

“No, no lo fue”.