17 de septiembre de 2015

Juegos en la oficina

Daniel estaba sentado en el escritorio de su oficina, hundido en papeleo y un aburrimiento que no le permitía avanzar en nada. Casi cabeceaba hasta darse contra el escritorio, cuando la puerta de su oficina se abrió y entró Rose, su esposa, quien se escabulló con las habilidades de un ninja y cerró la puerta detrás suyo. No era la primera vez que lo visitaba en el trabajo, y Daniel sabía perfectamente a qué venía…

Antes de que pudiera decir una palabra, Daniel fue silenciado a distancia por el dedo de Rose, colocado sobre sus labios y guiñándole un ojo al tiempo que se abría la gabardina que portaba, y dejaba boquiabierto a su esposo al revelar su cuerpo, desnudo e irresistible.

-    ¿Viniste desnuda hasta acá? Fue lo único que la lógica masculina le permitió expresar a Daniel.
-    Vine en el coche, y lo dejé abajo. Ahora no digas más, que entré sin que tu secretaria me viera, no quiero que nos interrumpa –Finalizó Rose–

En un movimiento lento e insinuante, Rose se acercó a su esposo hasta quedar frente a él, y separando sus piernas se fue sentando en su regazo para iniciar una serie de provocaciones que hicieron saltar las revoluciones de Daniel. Ahora sentía como las nalgas desnudas de su mujer se rozaban contra su pene, y se contagiaba del calor que desprendían los turgentes senos de Rose chocando dulcemente contra sus labios.

Daniel sabía que era una locura, pero como en todas las locuras que habían hecho juntos, la razón no fue la que ganó. Bajó sus manos rápidamente y en un movimiento que hasta a él mismo sorprendió, liberó su miembro de la ropa y los broches que lo apresaban, quedando listo para penetrar a su deliciosa mujer… pero ella tenía otro plan.

Cuando Rose sintió la punta de aquel miembro en total erección presionando para entrar en ella, se levantó y mirando a los ojos a su esposo le dijo que no, moviendo su dedo de un lado a otro frente a sus ojos. “Hoy tendrás que esperar” -le dijo- y bajó. Bajó controlando la silla del escritorio con sus manos y repartiendo besos por la boca y el cuello de Daniel, hasta que hizo contacto con su barbilla contra la punta firme del sexo de su esposo. Se iba a tomar su tiempo, ese era su plan, torturar un poco a Daniel antes de darle todo lo que él quería, pero su plan cambió cuando sonó el intercomunicador sobre el escritorio. Era su secretaria que había vuelto a su puesto y le comunicaba de una llamada telefónica que había que contestar.

Daniel inició la frase de: Que llamen más tar… Y Rose interrumpió, metiéndose esa erección completa a la boca de un solo golpe. Daniel se tensó por un momento, sólo para relajarse unos segundos después y aceptar lo que su mujer le estaba diciendo con una voz muy baja: “Contesta la llamada ahora”. Daniel encaró este nuevo reto (otro más de varias locuras a las que se solían desafiar esos dos) y le pidió a su secretaria que pasara la llamada. Apenas saludó a la persona del otro lado de la línea, y Rose hizo gala de todas sus habilidades en el sexo oral, lamiendo su verga desde la base hasta la punta, deteniéndose por instantes para chupar y dar pequeñas succiones sobre el tronco y los testículos de su hombre.



Daniel se alegraba de que su interlocutor era quien sostenía casi toda la plática, dejándole a él sólo unos cuantos sonidos para asentir a la charla. Pero llegó el momento en que debía ser quien diera réplica a la conversación, y ahí fue cuando Rose hizo uso y abuso del poder que la situación le otorgaba. Se llenó la boca con el miembro de su esposo hasta que la punta de este tocó su garganta, y siguió empujando hasta que el sonido de las arcadas se hizo presente. Daniel sabía muy bien que el juego consistía en no colgar el teléfono, pero vaya que se las vio negras al intentar mantener su tono de voz, y por momentos para tratar de evitar que las arcadas y chupadas de su esposa fueran escuchadas del otro lado de la línea.

Por un momento no logró hilar ninguna palabra, se limitó a acallar su gemido y a cubrir el teléfono contra su pecho, pero eso era trampa, y Rose se lo hizo saber, estirando su mano hasta quitarle el aparato del pecho, y regresando esa misma mano hasta los huevos de Daniel, comenzando un masaje poco delicado que se sumaba a la felación brutal que le hacía, y dejándolo al borde del éxtasis sin poder apenas disimular. Subió y bajó con su lengua, recorriendo e impregnando de saliva desde los muslos hasta el glande, sin dejar de mover su mano de arriba abajo hasta que logró romperle la voz a su esposo. Daniel no pudo disimular más y gimió su orgasmo a centímetros del teléfono. No tenía idea de lo que diría para excusarse, y tampoco le importaba ahora mismo, sólo disfrutó y observó como la boca de su morbosa mujer recibía toda la blanca miel con la que su verga bañaba y derramaba sobre ella.

Cuando Daniel recuperó el aliento, Rose aún se relamía los restos de aquella victoria, victoria que Daniel aceptó al disculparse con su interlocutor y colgar el teléfono. Ganaste –le dijo a su mujer–, pero ahora quiero la revancha… Y diciendo esto, metió rápidamente su pie en medio de las piernas de Rose, aprovechando la posición en la que ella se encontraba, y que dejaba, sin dudarlo, sus labios vaginales un poco entreabiertos. Rozó la punta de su zapato contra la entrepierna de ella, hasta que sintió lo que quería sentir; la entrada de su vagina, y el premio fue mayor, pues Rose gimió al instante, todo aquel sexo oral la había puesto a mil también, y si apenas un roce le hizo gemir, Daniel sonrió maquiavélicamente y no se lo pensó dos veces antes de presionar el botón del intercomunicador en su escritorio para llamar a su secretaria: “Linda, ven un momento por favor…”

Rose abrió los ojos como platos y se intentó incorporar, pero Daniel no la dejó, Rose negó y trató una vez más de levantarse, pero entonces sintió el pie de su esposo empujando contra su vagina, Daniel se había quitado su zapato, y no la iba a dejar ir a ningún lado. Comenzó a masturbarla con su pie, y mientras la miraba y le decía: “Hoy te toca esperar”, la secretaria entró, cerrando la puerta detrás de ella y parándose frente al escritorio de su jefe. Y cuando Rose escuchó a Daniel decirle “Siéntate, te daré unas indicaciones” también sintió como el empeine de Daniel se frotaba con más fuerza contra su sexo… y gimió…