Él caminaba nervioso por la terminal del aeropuerto, ya había recorrido la sala de espera de punta a punta hasta grabarse los rostros de quienes por ahí caminaban, pero no encontraba el que buscaba. Estaba arrugando una revista con sus dedos ansiosos cuando la vio… Ella había llegado finalmente, y él sintió que su tiempo se detuvo; todo dejó de existir, como siempre que se encontraba con ella.
Ella se veía nerviosa también, ¿y cómo no estarlo? si había llegado después de volar tantas horas solo para conocerlo a él, conocerlo frente a frente, pues ya llevaban años de conocerse en la virtualidad, aunque siempre la sintieron como la más nítida de las realidades, ya había llegado el momento de dar el siguiente paso.
Ella buscó pero no logro localizarlo con la mirada. Se sentó en los incomodos asientos de la sala de espera, saco su teléfono y ansiosa, comenzó a tratar de marcar el número de él, todo esto sin saber que él, estaba ya a menos de cinco metros de su espalda.
Él caminaba directo, pero se detuvo cuando la observó sacar su teléfono y comenzar a presionar los botones. Entonces, algo dentro le dijo que sacara su teléfono: "¡hazlo, rápido!". Metió su mano al bolsillo de su saco, levantó el teléfono frente a su mirada... y lo apagó.
Ella, sin saber que su llamada sería rechazada por una voz programada, se acercó el teléfono al oído derecho, inclinando su cabeza y provocando que sus cabellos dorados se deslizaran, dejando expuesta la blanca piel en el costado izquierdo de su fino cuello. Los tonos en el teléfono la hacían sufrir, desesperar por escucharle y saber dónde se encontraba, pero más que nada, sentía el inevitable miedo de que aquello saliera mal. El último tono llegó al teléfono, la voz programada le hizo temer porque él se hubiera arrepentido. Pronto, su nerviosismo se vio opacado por su naciente sensación de tristeza, sus ojos se empañaron, su mano bajó y su mirada se clavó en la pantalla de su teléfono.
Sus pensamientos volaban en su cabeza hasta que una brisa cálida en su oído izquierdo lo frenó todo, sus pensamientos, sus latidos, su tiempo entero se congeló ante aquella brisa que movió el resto de sus cabellos hacia el otro lado de su nuca. Una mano le quitó el teléfono desde atrás, ella reconoció aquella mano. Una voz le hablo al oído con firme dulzura, ella reconoció el tono: "Ya hablamos demasiado a través de una maquina, ahora déjame ver que tus cabellos se muevan con mi voz".
Ella se giró, como despertando, como si emergiera del agua y tomara una bocanada de aire. Su sonrisa fue trazada sin que la atenta mirada de él se perdiera una sola curvatura de esos labios. Él siempre tuvo una reñida contienda por decidir qué le gustaba más del rostro de ella; si sus ojos o su boca, pero ahora no importaba, simplemente se sentía bendecido con aquella preciosa expresión. Se quedaron mirando un momento, sin decir, sin hacer, solo mirándose, solo sonriéndose.
Entonces, él le puso la mano en su suave y blanca mejilla y le pidió: "Dime que estas aquí, dime que no estoy soñando". Ella tomó la mano de él y le dijo: "Aquí estoy, y no me iré"
Los ojos de ambos se humedecieron un segundo antes de que se abrazaran, uno de cada lado de aquella fila de asientos, en la terminal del aeropuerto.
Durante el abrazo, se acercaron al oído y se dijeron algo, primero él, después ella...
Hoy ha pasado mucho tiempo de ese día, muchos años juntos para ellos, y hasta la fecha, nadie, ni aun sus seres más queridos saben qué fue lo que se dijeron al oído en ese momento en la terminal del aeropuerto, ni nadie lo sabrá, eso solamente les pertenecerá a Ella y a Él hasta el fin de los días.