16 de marzo de 2015

Masturbándote (I)

Con la madrugada abrazando nuestros sueños y el calor de nuestros cuerpos abrigando nuestra cama, despierto al percibir que te mueves incomoda sobre tu lugar. La tenue luz de la luna que alcanza a entrar por las cortinas de nuestro ventanal, me deja contemplar que te has quitado las sábanas de encima, y sólo la fina tela del Baby Doll cubre tu desnudez, pero no ha alcanzado a impedir que uno de tus senos quedara expuesto ante mis ojos, mostrando un pezón endurecido, como clara muestra de tu excitación nocturna.

Y entonces miro atento el panorama completo… sigues dormida, pero has comenzado a masturbarte.

Contemplo por un momento la forma en que, entre sueños, tus manos acarician tus piernas, pero sólo unos segundos, pues rápidamente llevas tus dedos a tu entrepierna y acaricias al mismo tiempo que haces presión sobre la tela de tu diminuta ropa interior. Tu rostro denota las sensaciones que obtienes al acariciarte así, y mi cuerpo muestra también la excitación que me provoca verte haciéndolo, más el agregado de que lo hagas completamente dormida.

Aceleras tu mano y presionas fuerte contra tu entrepierna. Por momentos te cuesta coordinar tus movimientos y hacerlos fluidos, quizá los mismos sueños que estás teniendo son los causantes de estas interrupciones en tus movimientos. Entonces mi mano actúa por sí misma, dirigiéndose directa, como siguiendo a ciegas el calor que de entre tus piernas se desprende. Y te rozo suavemente el interior de los muslos, palpando y deleitándome con tu tersa y caliente piel. Tú reaccionas muy poco, sólo separas levemente tus piernas, dejando un mejor espacio para poder subir mi mano y hacer que se toquen el costado de mi mano y la tela sobre tu sexo, lo siento tan caliente al tacto, que sólo sonrío al confirmar que lo que roza mi mano, es humedad… estás mojada.

Me incorporo un poco, ya no me pienso detener, pero una parte de mi desea que no despiertes, así que lo hago suave. Muevo sin prisas tu pierna izquierda para separarla un poco más, y avanzo mi dedo medio por la cama hasta llegar a ti, y ahí, en la fuente de ese calor húmedo comienzo a subir justo por el medio, por el camino que los labios de tu vagina trazaron para mí. Lo hago un par de veces, apenas rozando, apenas perceptible, miro tu rostro y veo que tus expresiones son más relajadas, como si te dejaras hacer, como si esto era lo que necesitaba tu noche para complementar tus sueños.

Mi dedo pasa una vez más, pero esta vez se detiene en el centro de tu sexo, y con la misma suavidad de antes, hago presión y logro hundir levemente tu tanga en tu interior, repito esto una y otra vez hasta que la punta de mi dedo ya muestra rastros de ti, tanto en humedad como en ese delicioso e inconfundible olor.
En esos momentos en los que mi dedo intenta penetrarte envuelto en tu ropa interior, te mueves y amagas abrir los ojos. Yo te hablo en susurros al oído pidiéndote “shhh, no abras los ojos” y acompaño mis palabras con un roce en tu mejilla con el dorso de mi mano. Entre dormida y despierta asientes con una media sonrisa y te dejas hacer, mientras cierras completamente tus ojos.

El roce de mi mano con tu mejilla recorre hacia abajo, deslizándose por la piel de tu cuello, al mismo tiempo que mis dedos entre tus piernas consiguen mover a un lado la tela que me impide llegar a ti, y en una sincronía perfecta, los dedos que tengo en tu cuello bajan hasta posarse en forma de pinza sobre tu endurecido y expuesto pezón, mientras abajo, tu cuerpo es penetrado por un dedo empapado que no se detiene hasta topar mis nudillos en tus labios vaginales.

Exhalas placer y relajación, yo inhalo de tu gemido y de tu olor.


Pierdo la noción del tiempo masturbando tus sueños, combinando mis dedos entre penetrarte y adorar la fina dureza del clítoris que en estos momentos te gobierna, acariciando tu pezón y dibujando tu nombre con la punta de mi lengua sobre él. Y esa noción perdida rinde sus frutos cuando mi cuerpo pasa de ser agitador, a ser contención del orgasmo provocado, y por nuestra noche acunado.

Y tus ojos no se abren, pero tu boca si se arquea, y me dice sin sonido esas cinco letras que entre nosotros y nuestras noches nunca faltan, y yo te respondo abrazándote y acurrucando tu cuerpo entre el mío y las sabanas.

-    Duerme, estás muy cansada  - te digo –
-    Estaba… - me dices -




(1 de 3)