Ahí los movimientos fueron a mil y no pasaron sino segundos desde que se sentaran en la cama, hasta que cayeran los dos en un 69 descontrolado que les hizo, en apenas un par de minutos, acercarse sin remedio al orgasmo mutuo que tanto disfrutaban regalarse, sentirse y escucharse, y justo ahí, en ese preciso momento donde el placer máximo ya era inevitable… cuando sonó el teléfono de Miguel.
La sensación ya no se podía echar atrás, pero al haber tan poco razonamiento en el aire, Miguel estiró su mano para tomar su teléfono y hacer que dejara de sonar el endemoniado timbre, presionó el botón, el aparato dejó de hacer ruido y aquellos dos volvieron a comerse vivos. Los gemidos resonaron por toda la habitación, los dos se sacudieron y alcanzaron ese placer tan deseado y necesitado en la forma más explicita que conocian. Entonces, hasta entonces fue que Miguel volteó a ver su teléfono y se dio cuenta de que el botón que presionó, no había sido el de cortar, si no el de contestar la llamada…
Elena rio a carcajadas cuando vio la burrada de él, Miguel también rio, aunque la risa solo estaba en la mitad de su cerebro, ya que la otra mitad pensaba en ¿cómo le iba a explicar esos segundos de peculiares sonidos a la persona del otro lado del teléfono? Que por bendita coincidencia, no era otra sino su querida hermana.
Por eso si habrá sexo, al teléfono se le aplica la misma regla que al entrar el cine...