10 de julio de 2014

Mi amigo Fernando

Cuando yo tenía cuatro años, mi familia se mudó a una nueva casa, y con ello todos los cambios obvios, nueva colonia, nuevos vecinos, nuevas personas con las cuales poder ser amigos. Y a los cuatro años es muy fácil hacer amistades, yo lo hice, y más sencillo fue porque en la calle donde nos mudamos los demás niños jugaban futbol, cosa que a mí se me daba bastante bien, así que pronto hice amigos por montones, que me apreciaban y me iban a buscar para salir a jugar, pero pronto descubrí  que no eran todos los niños de la calle los que jugaban futbol, había un niño, algo retraído, muy callado, muy tímido que vivía justo en la esquina de la calle y casi no salía de su casa, en parte por su timidez, en parte por lo sobreprotectores que eran sus padres, ese niño de mi misma edad, se llamaba Fernando.

Un día hice contacto con él, y lo invité a jugar con nosotros, cosa que le pareció rara porque nadie lo invitaba, y le pareció raro a los demás también, porque tenían a Fernando como un tonto que no sabía jugar, ese día no aceptó, pero al paso de los días logré que saliera y se reuniera con nosotros a hacer estupideces y maldades dignas de todo niño, al poco tiempo ya parecía más alegre, con más soltura en su hacer, y más aceptado por el grupo, eso sí, seguía bastante limitado por la sobreprotección de los padres, en especial de su madre que temía que le pasará cualquier cosa al estar afuera en la calle, pero aun así, logré integrarlo al grupo y ya era parte de nosotros.

Dos años después hubo que mudarse de nuevo, y yo con 6 años empezaría la escuela primaria en otra colonia, lejos de ahí, la despedida fue breve, triste, pero siempre con la promesa de volver, especialmente a jugar con Fernando, cuya madre ya me había tomado cariño e invito a mis padres a que me llevaran de vez en cuando a jugar.
Nos mudamos, comenzamos nueva etapa, yo hice amistades nuevas, pero sin olvidar la propuesta de volver al barrio anterior y jugar con mis amigos allá. Un día, que no recuerdo que día de la semana era, me dijeron que iríamos, que me llevarían a jugar a casa de Fernando, ya habían quedado de acuerdo con sus padres y me esperarían. No sé, aún no sé qué ocurrió que impidió que me llevaran, nadie pudo, así que debí quedarme en casa, recuerdo haber pateado la pelota yo solo el día entero.

Un par de días después, mi hermano y mi hermana me llevaron a la habitación de uno de ellos, y me dijeron que tenían que decirme algo. Comenzaron y me abrumaron con rodeos al asunto y palabras que yo ni entendía, incluso me hicieron llorar por sentir que quizás había hecho algo malo, hasta que me lo dijeron sin vueltas: Fernando había muerto, lo arrolló un coche afuera de su casa.

Yo recuerdo haber llorado, pero era más por todo lo que no entendía, que por la muerte, porque yo de la muerte, no sabía nada a esa edad. Los funerales fueron pronto, asistimos todos los que habíamos sido sus amigos, rendimos honores alrededor de su ataúd durante la misa, y acompañamos a un lado durante el entierro. Ahí le dieron más detalles a mi familia sobre lo que había ocurrido, y al paso del tiempo los supe también…

Fernando me estaba esperando ese día en el que quedaron de llevarme, me esperaba en su casa, pero al decirle su madre que yo no iba a poder ir, salió a la puerta de su casa y se sentó ahí, en la entrada, y hasta ahí llegó un auto conducido por un ebrio, se subió a la acera y lo impactó de frente, terminando con él en la misma puerta de su casa.

Jamás supe donde fue el cementerio donde quedó enterrado, jamás supe que sucedió con el ebrio que lo mató, jamás supe al cuanto tiempo sus padres se mudaron de casa, y años después tuve una oportunidad de saberlo, pero una sensación horrible me impidió aprovecharla.

Años después, yo tendría alrededor de 15 años, cuando un día llegué a casa y mis padres me dijeron que había visita; eran los padres de Fernando, al principio no los reconocí, pero cuando lo hice, no supe que decir, y menos aun cuando su mamá se levantó del sillón en silencio, camino hacia a mi como ignorando a los demás, me miró fijo y sin perder detalle, me abrazo, tan fuerte que me apretaba… y comenzó a llorar. Ahí entendí perfectamente lo que estaba pasando, yo le recordaba a Fernando, su hijo debía tener la misma edad que yo, la misma estatura que yo, debía estar llegando a casa después de haber estado jugando con sus amigos… su hijo debía estar vivo.

Sus padres se fueron sin que yo pudiera articular palabra alguna, y no pude porque hasta ese momento me cayó el peso de todos los recuerdos y todo lo que llevó a que ese día terminara como terminó.
Yo debía haber estado con Fernando ese día, y en mi familia me dijeron rápidamente que, quizás, de haber estado ahí ese día, yo habría corrido la misma suerte y el coche nos habría matado a los dos, pero yo nunca lo pensé así, yo lo pensé al contrario y es una sensación terrible aunque sea parte del hubiera: Si yo hubiera estado ahí ese día, Fernando no estaría muerto, porque simplemente no habríamos estado en la puerta de su casa, habríamos estado junto con los demás, del otro lado de la calle, como siempre, y en el menor de los casos, habríamos estado dentro de su casa, nunca en la puerta… de haber estado yo ahí ese día, el no habría muerto, y quizás hoy seguiríamos siendo amigos.

Pero lo somos, y siempre lo seremos, yo siempre tendré un amigo, un amigo llamado Fernando.




Hace poco lo estuve recordando mucho, y le debía cuando menos esto, escribir su historia, y hasta donde se encuentre, hacerle saber que no solo su familia lo recuerda y lo extraña… Va por ti, amigo mío.