19 de marzo de 2015

Masturbándote (III)

Nuestra velada en casa está iluminada sólo con la luz tenue de las múltiples velas que colocamos sobre la mesa y alrededor de ella, copas de vino, música suave en el ambiente, y tú y yo, rompiendo la formalidad vistiendo casual. Sentados frente a frente nos sonreímos mutuamente, es una velada perfecta, pero la podríamos mejorar…

Es demasiada formalidad para nosotros, y aunque la disfrutamos, me haces saber que es momento de algo más, levantándote de la silla y sentándote en mis piernas. Quedas de lado a mí, dejando caer tus piernas hacia mi costado, yo te abrazo por la cintura y mientras beso tus hombros, pongo mi mano entre tus piernas, directamente sobre la tanga que cubre tu sexo, y ahí dejo mi mano sin moverla, sólo haciendo una leve presión.

Con mi mano ahí, multiplico mis besos sobre tus hombros, y me acomodo para poder besarte los brazos y los costados de tu pecho por igual. En mi mano se sienten tus palpitaciones, se intensifican conforme mi boca busca tu cuello y la punta de mi lengua recorre a la par, paseando por tu nuca y llegando hasta el lóbulo de tu oreja, donde termino por dar una suave chupada. Tu sexo palpita más fuerte, me gusta… pero quiero más.

En la posición en la que te encuentras, paso mi brazo izquierdo por detrás de ti, y rozando tu espalda y tu costado, lo subo hasta tomarte una teta en mi mano, y la aprieto sin ninguna suavidad. Inmediatamente siento la palpitación en tu entrepierna, y sin darte tiempo a reaccionar, bajo mi cara hasta que puedo besar tu otra teta, y de ahí no me despego pues empiezo a pasarte el filo de mis dietes así, por sobre tu ropa, pero claramente buscando endurecer tu pezón para poderlo morder.

Tú te aferras a mí, yo mantengo la posición y mis movimientos constantes sobre tus pechos, pero la misma e inmóvil firmeza entre tus piernas. Es una delicia mirar tus ojos y sentir cada latido de tu corazón a través de tu sexo.

Entonces te acercas a mi oído y me dices: “Más…”
Te miro, te sonrío, y con tu sonrisa como respuesta me levanto de la silla contigo en mis brazos, te siento sobre la mesa, en el borde y frente a mí, separo tus piernas y me vuelvo a sentar en la silla, a la altura perfecta para poner mis manos en tus rodillas y meter mi rostro entre tus cálidos y tersos muslos.

Al sentirme ahí, tan cerca de tu intimidad, tu respiración se agita, tu sonrisa se vuelve nerviosa y me escuchas inhalar profundo. Siempre te lo he dicho, siempre te lo he hecho, lo primero que hago cada vez que mi cara se acerca a tu entrepierna, es oler, respirarte y llenarme de tu olor, y eso es todo lo que hace falta para que yo ya no pueda parar. Así que me acerco hasta hacer contacto con mis labios y tu ropa interior, pero ahí me quedo, y me quedo fijo besando lamiendo y chupando por encima de la tela. Percibí al instante tu humedad, la que ya se avecinaba desde que te puse la mano en esa delicia que tienes entre las piernas, pero que ahora mismo, esa humedad ya se ha unido a mi saliva para hacer que esa tela luzca casi transparente de tan empapada que está.

Mi boca se deleita sin parar, pero no te quito esa última prenda todavía, en lugar de eso, agrego mis dedos y los hago acompañar a mi lengua en el juego que mantengo entre tus piernas, y que poco a poco, empieza a hacer estragos en tu cordura. Mi lengua no pasa de esa pequeña prenda íntima, pero mis dedos si lo hacen, y conforme mi lengua sube y baja por encima de la tela, mis dedos bajan y suben rozándote los labios de tu vagina, pero por debajo de tu tanga, directos, piel con piel, aprovechándose de toda esa humedad para deslizarse rápido, para deslizarse frenéticamente.

Tus manos se apoderan de mi cabeza, como queriendo controlar mis movimientos, y siento tus dedos entrelazarse con mi cabello, sujetándolo fuerte y hundiéndome de lleno en ti. Pero pronto sueltas mis cabellos, pues tus brazos vuelven a ir hacia atrás y sostenerte apoyados en la mesa, y es que mis dedos se aferraron al contorno de tu sexo, y desde ahí te abren, separándose para dejarte abierta y lista para ser invadida por mi lengua. Exhalas excitación por tu boca conforme mi lengua presiona tu ya inundada tanga, y se hace sentir con roces directos en los contornos de esos pliegues calientes.

Y te pregunto: “¿Más…?”


Aún no terminas de asentir cuando yo te pongo de pie, y te giro rápidamente para que tu espalda quede contra mi pecho, y de una te inclino, bajándote por los hombros hasta que tus tetas chocan contra la mesa. Te pido que extiendas tus manos en todo lo largo de la mesa, y que las mantengas así, lo haces y te aferras fuerte a los contornos de la madera, porque yo de pie a tu espalda, subo tu delgado vestido hasta tu cintura y en el movimiento descendente, te despojo de tu ropa interior, deslizándola por tus piernas y sacándola por tus pies hasta quedármela en mi mano.

Tú volteas y me sonríes lujuriosamente, con esa chispa en tus ojos que no es otra cosa sino vicio, y con un tono de voz cargado de sexualidad, me dices: “Métemela ya, perro”, pero mi respuesta no es con palabras, es tomando tu tanga y envolviéndola en mi sexo, cubro mi erección con ese pedazo de tela, me la tomo en la mano y te la empiezo a restregar en esa separación que hacen los labios de tu vagina. Te masturbo con la punta de mi sexo, y eso es lo que quiero, masturbarte.

Tú jadeas ante la velocidad de los roces, ante la dureza de los movimientos, y con la textura de la tela que te provoca una sensación mezclada, pero que te enloquece en cada vaivén que doy en tu cuerpo. Yo gimo, respiro agitado y comienzo a tener espasmos que casi sincronizan con los tuyos, estarme rozando así contra ti es demasiado, y para cuando los fluidos de tu sexo alcanzan la cara posterior de tus muslos y enganchas tus manos a la madera de la mesa, yo descontrolo y baño la tela que cubre mi pene con la eyaculación que me provocó verte así, tensando los dedos de los pies, y al mismo tiempo disfrutando de tu exquisita sexualidad a mi lado.

Amo masturbarte, amo lo que somos, y si tu amor y mi amor debían encontrarse, tu sexualidad y la mía deberán chocar violentamente hasta la eternidad.





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