Y yo, que creía amarte mucho…
Y tú, con tus ojos cerrados, tu plácida respiración y tus sueños iluminándote el rostro mientras dormías apoyando tu frente en mi pecho y tu vida en mis manos, me dijiste que aún te podía amar mucho más.
Y tú, que creías amarme mucho…
Y no sabías que también eras capaz de cuidar mis sueños y de acariciarme el alma mediante una caricia en mi rostro mientras duermo en tu regazo, pero me viste sonreír mientras lo hacías, y lo supiste; me amarías mucho más para cuando abriera mis ojos.
Y nosotros, que creíamos amarnos mucho…
Y una noche de sueño interrumpido, que nos hizo despertar una y otra vez entre nuestras piernas, listos para cabalgarnos hacia una dosis más de nuestra creciente adicción, para hacernos y deshacernos hasta volver a anestesiarnos con un nuevo orgasmo, y volver a dormir abrazados hasta que este vicio mutuo nos volviera a despertar.
Y creíamos amarnos mucho… hasta que nuestra noche nos dijo que nos queda un infinito por amarnos.