22 de octubre de 2013

Negro (reedición)

¿Qué pasaría si miráramos más allá de nuestros ojos?
¿Si realmente los usáramos para ver lo que hay frente a nosotros?
¿Y no solamente para ver lo que nosotros queremos ver?

Posiblemente veríamos todo más claro, días menos nublados, gente delante de nosotros que no nos lastimará, juzgará o mentirá. Daría igual si el vaso está medio lleno o medio vacío, lo que importaría es que dejaríamos de nadar en círculos dentro de él. Quizás dejaríamos de perder el tiempo persiguiendo un objetivo que no es el nuestro, dejaríamos de buscar la compañía o esperar el regreso de alguien por algo que está fundamentado nada más que en un capricho, porque probablemente caeríamos en cuenta que eso solamente nos está atando.

La lucha, los miedos, los agobios, los intentos desesperados y todo cuanto hacemos por lograr un objetivo, nos llegan a cerrar tanto la perspectiva que todo lo reducimos a un solo camino, cuando realmente tenemos un mundo de posibilidades que espera impaciente a que dejemos de respirar dentro de la bolsa que nos metimos en la cabeza, y tomemos una bocanada de aire puro que nos llegue hasta los pulmones.

Hay cosas en la vida que no se deben perseguir hasta el fin, o primero encontraremos el nuestro. Es hermoso cuando dejamos de luchar por causas perdidas y de pronto, entre toda la desolación y la desilusión, sentimos una mano cálida en el hombro, miramos hacia arriba y vemos un par de ojos que nos animan a ponernos de pie, y tener la seguridad que todavía podemos caminar, que nuestras piernas podrán estar adormecidas, pero que aún las tenemos.

Podríamos caminar, correr, y hasta volar sin estar arrastrando muertos sobre nuestra espalda. No siempre será fácil, pero imposible tampoco, y todo puede empezar simplemente con levantar la barbilla, y mirar más allá de nuestra nariz.

Porque cuando miramos más allá de nuestros fracasos, no todo luce tan...


...Negro.