16 de octubre de 2013

Colector de almas

Mi nombre es Marcos, y esta es la última evidencia de mi existencia que dejo en vida. Estoy muriendo, mañana cumpliré dos años desde que me fue diagnosticado cáncer terminal. Los médicos no se explican cómo es posible que siga vivo aun, cuando el cáncer que padezco es de un grado brutal de agresividad, pero yo sí sé porque sigo vivo…

Mi nombre real es Seph, y no pertenezco a la raza humana, yo solía ser un “Colector”.



Nací en un sitio que sirve de enlace entre dos mundos; este, el mundo de los vivos que todos conocen, y el mundo donde son juzgadas las almas cuando abandonan los cuerpos. Mi trabajo era conducir las almas de los humanos hacia su destino en el otro mundo, y lo hacía junto a miles de espíritus iguales a mí, nosotros no sabíamos cuando alguien iba a morir, solamente veíamos las almas abandonar los cuerpos, ahí comenzaba nuestra labor como “Colectores”. No tengo recuerdo de haber realizado otra labor antes, tampoco tengo memoria del tiempo que llevaba realizándola, de hecho, solo conservo la sensación que había hecho lo mismo por mucho tiempo, demasiado tiempo.  Y eso fue lo que me llevo a hacer lo que hice, demasiado tiempo de ver a la gente morir al azar, demasiado para darme cuenta de lo injusto que es el sistema de la muerte.

Hace dos años vigilaba el centro de la ciudad, flotando por encima de hombres, mujeres, niños y familias, cuando un vehículo de carga se estrelló contra las paredes de una escuela para infantes, la carga del vehículo hizo explosión, y la estructura de la escuela colapsó provocando un incendio que mató a varios al instante, y dejó atrapados a un grupo de 24 niños en una sección del edificio, dejándola inaccesible para su rescate. Las almas flotaban sin dirección ni rumbo fijo, eran tantas que dos “Colectores” más vinieron y comenzaron a reunirlas y a guiarlas.

Pero yo no pude. Me quedé inmóvil con un solo pensamiento en la mente: Los niños atrapados. Eran muchos, eran pequeños, eran… eran inocentes. No puedo decir que no pensé en las consecuencias de mis acciones, porque en cada momento estuve consciente de lo que estaba haciendo, pero igualmente lo hice. Entré al salón donde se encontraban los niños, atravesando los muros y comprobando que el incendio no había llegado hasta ese punto, pero el humo se había concentrado y ya comenzaba a asfixiarlos uno a uno, sus almas se desprendían de sus pequeños cuerpos y yo no podía solo mirar, ya no.

Provoqué un nuevo derrumbe en el techo del salón para permitir que el humo escapara y se dispersara, lo que siguió fue simple, más de lo que creí; tomé sus almas como siempre sujeto las almas que recolecto, pero esta vez las conduje hacia el interior de sus cuerpos; regresándoles su alma, regresar la vida, es simple, pero también es prohibido, y el precio a pagar por exceder nuestro poder es terrible.

Ese día los niños vivieron, pudieron volver a recibir el cariño de sus seres queridos, “Los niños milagro” fueron llamados, y la imagen de ver a los rescatistas entrar a ese salón y encontrarlos con vida a todos, ya es perpetua en mi mente.

Pero las consecuencias las pago aun. De inmediato fui elevado ante los poderes superiores, juzgado por mi rebeldía y sentenciado a morir como cualquier mortal y a vivir lo que viví en mi destierro: Los niños murieron, todos ellos murieron poco a poco, algunos solo duraron días más, otros algunos meses, y pocos llegaron a superar el año después del incendio, pero todos terminaron muriendo de formas horribles, violentas, y mucho más crueles que la asfixia que sufrieron aquel día. Eso es lo que pasa cuando se cambia el ultimo día de alguien, la muerte envía a sus propios colectores a reclamar esas almas sin importar la forma.

Y yo los vi morir a todos como parte de mi castigo; 24 niños, y 24 meses de agonía para mí, un mes por cada alma que fallé en recolectar.

Ya no me quedan fuerzas, esta confesión se termina aquí, y lo hace de la peor manera, pues aun hoy día no tengo claro si volvería a hacer lo que hice, porque no sé si les otorgué un poco más de tiempo, o si solamente prolongue lo inevitable y lo cambié por algo peor.

Moriré mañana, cuando se cumplan los 24 meses, y creo que moriré sin saber si valió la pena...